Lectura de Pathwork 01. El Vivir.


Conferencia Pathwork Nº 1




EL MAR DE LA VIDA


Saludos queridos míos, les traigo bendiciones de Dios.
Desde la perspectiva del espíritu existe una idea, tanto en la forma como en la substancia, que describe la vida espiritual del hombre. La vida es un mar, un océano, y el hombre, o cada vida, es una embarcación. El hombre a menudo experimenta esta analogía en sus sueños. El mar de la vida presenta varios aspectos: puede ser tormentoso, el cielo está gris, en otros momentos brilla el sol y el mar está calmado hasta la llegada de la siguiente tormenta. Y así se van alternando hasta que el viaje llega a su destino: la tierra firme, que es el mundo del espíritu, el verdadero hogar del hombre. Por lo tanto todo depende de qué tan bien uno puede dirigir su vida. Uno es un capitán hábil, entrenado, con experiencia, que no se permite temer al peligro. El dirige su embarcación bien a través de estas tormentas y en los períodos buenos y calmos se fortalece para la siguiente tormenta. Otro se pone nervioso y pierde su control interno cuando se avecina la tormenta. Y otro más tiene tanto miedo que, en su pavor no dirige su barco en absoluto, sino que lo deja a la deriva en la tormenta de la vida y no logra nada. Ustedes se dan cuenta, por supuesto, que estos disturbios atmosféricos, estas tormentas de rayos, estos huracanes son pruebas que trae la vida, los nubarrones que se van avecinando. Un ser humano que ya ha pasado por alguna enseñanza espiritual y es un poco más sensible puede detectar muy bien en qué punto se encuentra su pequeña embarcación en éste momento específico.
Me gustaría hablar sobre dichas pruebas. Ningún grupo de personas, sea una familia o una comunidad, se ve libre de que haya al menos un alma humana en un nivel tan bajo de su desarrollo que se convierta en un peón de las fuerzas de la oscuridad. Ello no significa que tenga que ser una persona completamente malvada. No, es suficiente si no acepta la validez de ciertas leyes espirituales en su propia vida, que no las aplique o que, a pesar de ciertas cualidades excelentes no cultive la honestidad consigo mismo. El mundo oscuro toma su material de estas vibraciones, de esta falta de disciplina interna y de auto-consciencia, que son resultan cuando el hombre no sigue la ley divina. La materia espiritual es semejante a unos hilos, a hilos finos, delgados, como rayos -en este caso, de una textura y de un color más sombrío- que se hilan, se anudan y se atoran, hasta que queda una bola tan apretada de confusión que uno puede desenredarla sólo con gran dificultad. No obstante, no es únicamente esa persona específica la que provee el material para una situación tan confusa, sino que todas las demás personas involucradas en el grupo contribuyen su parte que surge de sus propios errores, debilidades y violaciones a las leyes espirituales. Así van hilando más estambre del mismo material hasta que la verdad ya no es discernible ni para aquellos que tienen la vista aguda, al menos no fácilmente y con frecuencia el encontrar la verdad requiere mucho esfuerzo.
Para una persona que aspira a una conciencia espiritual más elevada, a veces es sumamente difícil saber cómo comportarse cuando se presentan dichas pruebas, puesto que las fuerzas oscuras saben muy bien hacer que la no-verdad aparezca como verdad, la verdad como no-verdad, el bien como el mal y el mal como el bien. Y el hombre se confunde - él, que en realidad desea estar en la verdad ya no sabe cómo actuar de la manera correcta; y a
2
menudo, inconscientemente, sus vibraciones internas enfermizas, de las cuales no se da cuenta, contribuyen no sólo a confundir más la situación, sino también a evitar que la perciba con claridad y por lo tanto que pueda saber cómo enfrentarla. Es por ello que es tan importante que el hombre se eduque en una consciencia espiritual y, de acuerdo a su nivel, se comprometa a desarrollar al máximo su capacidad. De lo contrario, él también -en su inconsciencia- se convertirá en un peón de las fuerzas de la oscuridad, su embarcación será llevada de un lado a otro y él ya no será capaz de dirigirla correctamente. No puede disipar los nubarrones a solas para ser capaz de ver la verdad, percibir el núcleo del problema y saber qué hacer o no para poner su energía al servicio del bien. Únicamente puede hacerlo si se embarca en un camino como el que les muestro, aprendiendo una disciplina que le permite entrar en todo momento en su silencio interno -sobre todo en medio de una tormenta violenta-, contactarse con Dios y Sus espíritus divinos y abrirse a la inspiración de la verdad, al observarse con todas sus faltas y venciendo todas sus resistencias. Las leyes espirituales pueden, o deben, convertirse en una realidad viva en tres niveles diferentes (cuanto mayor el desarrollo, más profundo será el nivel de penetración). Estos niveles son: 1) el hacer; 2) el pensar; 3) el sentir. La mayor dificultad estriba en ponerlas en práctica en el nivel emocional que es el nivel más elevado. Por un lado porque, en un principio, muchos sentimientos no son conscientes y se necesita trabajo, buena voluntad y paciencia para hacerlos conscientes y, por otro lado porque uno no puede controlar sus sentimientos de manera tan directa e inmediata como sus pensamientos o acciones. Se requiere de mucho trabajo arduo en el nivel espiritual, de auto-análisis y de la asimilación completa de las leyes espirituales antes de que las emociones puedan comenzar a cambiar. Cuando una persona está poco desarrollada, su comprensión y su adhesión a las leyes espirituales es bastante superficial. Por ello, Dios comenzó dando los diez mandamientos a la humanidad. Ellos están enfocados a las acciones del hombre, “No robarás, No mentirás”, etc. Al hombre común de esa época le costó bastante asimilarlas y todavía es difícil para ciertos grupos de personas que se encarnan desde las esferas inferiores. La siguiente etapa se dirige a los pensamientos. A menudo el hombre actúa con corrección, pero sus pensamientos siguen otro curso. Actúa correctamente porque comprende que de otra manera tendría conflictos con el mundo externo, pero aún le es difícil controlar sus pensamientos y a menudo desea cosas que no están acordes con las leyes espirituales. El hombre todavía no comprende que los pensamientos y los sentimientos impuros necesariamente provocan conflictos en su interior ya que todos los pensamientos y sentimientos crean una forma y una substancia en el espíritu y causan efectos externos y reacciones en cadena, aún cuando él no pueda percibir esto de inmediato. Esta perspectiva requiere de una consciencia espiritual que sólo se logra mediante un mayor desarrollo. Así, Cristo les trajo una comprensión más amplia de las leyes divinas y de los mandamientos, específicamente la enseñanza de que también puedes pecar en pensamiento. En Su tiempo, la humanidad ya se estaba abriendo a una consciencia más expandida y una percepción más profunda.
Una persona que está en la segunda etapa y que está esforzándose al máximo para purificar el nivel de sus pensamientos, está mucho más avanzada que aquel que sólo ha alcanzado la etapa de cumplir los mandamientos en cuanto a la acción correcta. Pero ustedes mis queridos amigos deben aprender a profundizar más que eso y llegar a sus verdaderos sentimientos, aquellos que a menudo permanecen en el inconsciente, que son tan fácilmente cubiertos con pretextos, en torno a los cuales les es tan fácil engañarse para no tener que ver
3
lo que en realidad está ahí. Tal auto-engaño inevitablemente debe provocarles un conflicto consigo mismos y a menudo también con el mundo. Esto es así, aún si se niegan a reconocer el verdadero origen de dichos conflictos. Ya es bastante difícil purificar los pensamientos de uno, por lo que reconocer que muchos de sus sentimientos todavía se desvían considerablemente de sus pensamientos o de sus intenciones conscientes es algo muy doloroso. Pero es precisamente este esfuerzo adicional el que Dios quiere que todos hagamos. Esta última etapa y esta profundización de la consciencia es por supuesto la más difícil de alcanzar. Es la meta a la que ustedes aspiran: la verdadera purificación. El que puede hacer consciente sus sentimientos más inescrutables y está dispuesto a reconocer que esos sentimientos no siempre van de acuerdo con lo que ha aceptado como correcto en sus pensamientos, ya ha logrado mucho. Quien hace esto de manera continua hasta que lentamente adquiere maestría en esa habilidad, puede penetrar no sólo su propia verdad, sino que en momentos y situaciones de dificultad, puede encontrar el núcleo de la verdad. Entonces, puede disipar las nubes, puede desenredar la madeja de hilos, nudo por nudo. Ya que sólo el que se enfrenta a sí mismo una y otra vez con valentía -y en esta circunstancia la vanidad es un obstáculo insuperable- puede lograr la percepción verdadera de otro ser humano o de cualquier otra situación. Aquel que está ciego a su propia verdad, necesariamente está ciego a la verdad de los demás. Estos nudos y enredos crean formas espirituales que son una realidad, queridos míos. Siempre podemos observarlos en torno a grupos de personas. En todas partes existen estas madejas de nudos tejidas por las fuerzas oscuras, cada quien le añade su parte y a menudo hay una persona que contribuye especialmente a crear enredos y a que haya una confusión cada vez mayor. Pero si hay una sola persona en ese grupo andando por este camino espiritual elevado y directo, confrontándose a su verdad día tras día, será ella quien eventualmente -y repito, no de un día para otro- tendrá éxito en deshacer un nudo tras otro hasta que no quede ninguno y todo se aclare. Entonces la persona débil ya tampoco podrá engañarse a sí misma, cosa que había sido perjudicial para ella y había obstaculizado su progreso. Por supuesto en un principio se resistirá, porque la confusión alimenta a su ser inferior que prefiere el camino de la menor resistencia, de la vanidad, del auto-engaño y que prospera en la discordia. Pero a la larga inclusive tal persona débil se sentirá liberada cuando los nubarrones desaparezcan de su vida, aun cuando solía asirse a ellas. Y cuando la verdad ilumine con su claridad una situación previamente oscura, no quedarán más preguntas acerca de cuál es la actitud correcta, la acción correcta y de qué es justo. Todos tienen suficiente conocimiento de sí mismos, o debieran empeñarse por alcanzarlo, para preguntarse: “¿Qué puedo hacer para contribuir mi parte al Gran Plan de Salvación?” La tarea encarnatoria de muchos no implica llamar la atención públicamente. Pero, calladamente, cada uno a su propia escala, puede y debe comenzar a cumplir su parte. Porque cada uno tiene su tarea dentro del Plan, hasta el más débil. Para él o ella puede ser suficiente, y significaría un gran logro, el deshacerse de una falta específica, el corregir algo pendiente con otro ser humano para lo cual encarnaron simultáneamente, el adaptar sus acciones a las leyes de Dios y el abstenerse de ceder a los impulsos de sus instintos más bajos. De otras personas se exige más; siempre aquello que es más difícil, que necesita mucha perseverancia; cada quien se purifica y se desarrolla dentro de la capacidad de su nivel y de su fuerza.
Para aquellos que están más avanzados en su desarrollo, este proceso de purificación automáticamente conduce a la habilidad de desenredar los nudos en torno suyo, de aclarar
4
situaciones confusas, etc. De esta manera ellos realizan su tarea encarnatoria y contribuyen al Gran Plan de Salvación en el cual cada acción cuenta tanto. Y luego se encontrarán más tareas. Ustedes los humanos quieren ser felices, todos ustedes, y por supuesto los comprendemos. Si dicho anhelo de felicidad y de perfección no existiera en el alma humana no habría desarrollo. Pero hay muy pocos que preguntan: “¿Qué puedo dar? ¿Qué puedo contribuir al Gran Plan de Salvación?” Ustedes siempre están demandando algo, no necesariamente con una plegaria directa para el cumplimiento de tal o cual deseo, sino con su voluntarismo, sus sentimientos, y a menudo incluso con su pensamiento. Ustedes quieren lo mejor para sí mismos y se entristecen por las dificultades de la vida. Pero alguna vez le han preguntado a Dios, “¿qué podemos hacer por Ti?” Puesto que quien proclama su propia felicidad como la meta final -y este es generalmente el caso, incluso cuando no sean conscientes de ello- rompe el ciclo del flujo de energía vital que es la base de todo lo espiritual. Y en cuanto el ciclo se interrumpe, se muere. Supongamos que fue satisfecho uno de tus deseos personales. Si luego consideras que tu satisfacción llegó a su meta final, no queda nada vivo en tu interior y por lo tanto tu felicidad durará poco. Sólo aquel que mantiene su ciclo activamente fluyendo, estando constantemente consciente e inspirado por el deseo de poner al servicio y a la utilización espiritual del Gran Plan de Salvación todo lo que ha recibido de ayuda y de gracia, en la felicidad y la plenitud, en la guía y la intervención divina, y que actúa y se siente de acuerdo a todo esto, también podrá sostener y mantener viva su propia felicidad. Tu puedes y debes permitir que Dios te guíe para que puedas llegar a esta meta. Una persona que lo hace es en verdad partícipe del Orden Divino y su felicidad nunca será superficial ni se secará ni morirá, sino que estará siempre viva, pulsante, regenerándose de manera permanente. Y sólo una persona con esa clase de intencionalidad es merecedora de la ayuda y de la guía divina especial. Sí, queridos míos, son pocas las personas que piensan así. Se acercan a Dios y le piden deseos y le hacen demandas, pero no están dispuestas a darle nada al mundo de Dios, ni a esta gran batalla que es tan importante. Piensen acerca de esto, todos ustedes. A quien se acerque a Dios de esta manera se le puede otorgar más luz y ayuda para desenredar los nudos y para tener la fuerza de navegar bien su pequeña embarcación, inclusive en una tormenta, de manera que termina fortalecido e iluminado como es la voluntad de Dios. 

Copyright © por la Pathwork Foundation.


Si deseas trabajar esta lectura a fondo con la Terapeuta y Facilitadora Magdalena Algorta, CONTACTA AQUÍ.

No hay comentarios:

Publicar un comentario