Conferencia Pathwork Nº180
EL
SIGNIFICADO ESPIRITUAL DE LA RELACIÓN HUMANA
Saludos, mis muy, muy, queridos amigos
presentes. Bendiciones para cada uno de ustedes. Bendita sea su vida misma,
cada una de sus respiraciones, sus pensamientos y sentimientos.
Muchos de mis amigos están
efectivamente progresando. Algunas veces, este progreso se manifiesta, al menos
temporariamente, como una crisis. Ustedes saben ahora que éste es un principio,
pero es fácil olvidarse esta regla o ley espiritual - por así decirlo - cuando están sumergidos
en ella. Y es sumamente importante recordar que hay un profundo significado en
la crisis que experimentan. Sus intentos de entenderla en profundidad les
traerán liberación y un vivir dichoso más pronto, más rápidamente y de un modo
más real y permanente.
El tema de esta noche trata las relaciones
entre los seres humanos y su tremendo significado desde el punto de vista
espiritual, desde el punto de vista del crecimiento y la unificación
individual. En primer lugar, me gustaría señalar, una vez más, que en el nivel
de manifestación en la vida humana existen unidades individuales de conciencia
que a veces armonizan, pero muy a menudo entran en conflicto entre sí y crean
fricción y crisis. Sin embargo, por detrás de este nivel de manifestación, no
hay unidades de conciencia fragmentadas diferentes. Existe una conciencia, de
la cual cada entidad creada no es sino una expresión diferente. Cuando uno
llega a ser lo que uno realmente es, experimenta esta verdad, sin perder, sin
embargo, un sentido de individualidad. Esto se puede sentir muy claramente
cuando tratan con sus desarmonías interiores, amigos míos, dado que también
allí se aplica exactamente el mismo principio.
En su estado actual, una parte de su
ser más interior está desarrollada y gobierna su pensamiento, sentimientos,
voluntad y acciones. Hay otras partes, todavía en un estado más bajo de
desarrollo, que también gobiernan e influencian su pensamiento, sentimientos,
voluntad y acciones. De esta forma, se encuentran divididos y esto siempre crea
tensión, dolor, ansiedad y dificultades internas y externas. Algunos aspectos
de su personalidad están en la verdad y otros en el error y la distorsión. La confusión
resultante causa grave perturbación. Lo que el hombre hace generalmente es
hacer a un lado una parte, identificándose con la otra. Sin embargo, esta
negación superficial de una parte de lo que existe, no puede traer unificación.
Todo lo contrario, acentúa la división. Lo que se debe hacer es sacar a la luz
el lado conflictivo y desviado y enfrentarlo, enfrentar toda la ambivalencia.
Sólo entonces encuentran ustedes la realidad última de su ser unificado, no
dividido. Como saben, la unificación y la paz emergen en la medida en que
reconocen, aceptan y comprenden la naturaleza del conflicto y la división
interiores.
Es exactamente la misma ley y principio
en lo que se refiere tanto a la unidad como al desacuerdo entre entidades
totalmente diferentes y separadas externamente. Ellas también están sólo a un
nivel por detrás del nivel de las apariencias. El desacuerdo no está causado
por unidades diferentes de conciencia reales sino, tal como en los desacuerdos interiores
de una persona, por diferentes aspectos de desarrollo de la conciencia
universal que se manifiesta. El principio de unificación es exactamente el
mismo. Pero este principio no puede ser llevado a cabo con otro ser humano a
menos que haya sido aplicado primero al propio yo interior. Si las partes
divergentes de un yo no se enfocan con esta verdad y no se enfrenta, acepta y
entiende la ambivalencia dentro del yo, el proceso de unificación no se puede
poner en práctica con otra persona. Éste es un hecho muy importante que explica
el gran énfasis que pone este camino de trabajo en el acercamiento primario a
uno mismo. Sólo entonces se pueden cultivar las relaciones en una forma
significativa y efectiva.
En esta conferencia trataré de esbozar
algunos elementos de desacuerdo y unificación entre los seres humanos y
mostraré su paralelo con el proceso individual. Antes de hacerlo, me gustaría
decirles que las relaciones representan el desafío más grande para el
individuo. Ya que sólo en la relación con otros, los problemas no resueltos,
las dificultades y conflictos que aún existen dentro de la psiquis
individual, se ven afectados y son activados. Por esta causa, muchos individuos
se retiran del contacto y la interacción con otros. A veces puede mantenerse la
ilusión de que los problemas surgen de la otra persona, cuando uno se
siente perturbado sólo en su presencia y no cuando está solo.
Estar solo propicia el pedido interno
de contacto y cuanto menos se cultiva éste, más agudo se vuelve el anhelo.
Entonces, éste es un tipo diferente de dolor: el dolor de la soledad y la
frustración. Pero el contacto hace difícil mantener por mucho tiempo la ilusión
de que el yo interior es armonioso y sin fallas. Requiere una aberración mental
afirmar por mucho tiempo que es sólo debido a los demás y no al yo que los
problemas aparecen en las relaciones. Por eso las relaciones son, al mismo
tiempo, una plenitud, un desafío y un indicador del propio estado interior. La
fricción que surge de la relación con los demás es un agudo instrumento de
purificación y autorreconocimiento, si el yo se inclina por ello.
Al retirarse de este desafío y
sacrificar la plenitud que implica el contacto íntimo, muchos aspectos de los
problemas interiores no se ponen en juego. La ilusión de paz interior y unidad
que así resulta ha incluso llevado al concepto de que el crecimiento espiritual
es incentivado por el aislamiento. Nada podría estar más alejado de la verdad.
Sin embargo, lo que digo no debe confundirse con el hecho de que intervalos de
recogimiento son una necesidad para la concentración interior y la confrontación con uno mismo.
Pero estos períodos deben siempre ser alternados con el contacto con otros, y
cuanto más íntimo es este contacto, más denota madurez espiritual.
El contacto y la falta de contacto con
los demás se puede observar en diversas etapas. Hay muchos grados de contacto
entre los extremos totales de completo aislamiento interior y exterior, por un
lado, y el relacionamiento más profundo e íntimo, la capacidad de amar y
aceptar a los demás, el trato con ellos y los problemas mutuos que aparecen, el
encuentro del equilibrio entre la autoafirmación y la entrega, el dar y recibir
y el estar agudamente consciente de los niveles que interactúan entre los yoes,
por el otro lado. Hay quienes han obtenido cierta habilidad superficial para
relacionarse, pero que aún se retraen de un mutuo contactarse y revelarse
internamente, más significativo, abierto y expuesto. Podría decir que el ser
humano promedio de la humanidad de hoy día fluctúa en algún lugar en medio de
estos dos extremos.
También es posible medir el sentimiento
personal de plenitud o frustración mediante la profundidad del relacionamiento
y el contacto íntimo, mediante la fuerza de los sentimientos que uno se permite
experimentar, y mediante la apertura y disposición a dar y recibir. El grado de
frustración indica una ausencia de contacto que, a su vez, es un indicador
preciso de que el yo se retira del desafío que implica la relación,
sacrificando así la plenitud, el placer, el amor y la alegría personales.
Cuando se desea compartir a los efectos de recibir sólo de acuerdo a las
condiciones propias, mientras que el yo en realidad (aunque secretamente) no
está dispuesto a compartir nada, los anhelos deben quedar insatisfechos. Sería
bueno que la gente considerara sus anhelos insatisfechos desde este punto de
vista, en vez de permitirse asumir, como se hace siempre, que uno no tiene
suerte y que es la vida la que nos lo hace injustamente.
El bienestar y la plenitud,
específicamente con respecto a las relaciones, es una unidad de medida del
propio desarrollo muy descuidada. La relación con otros es un espejo del propio
estado y, de ese modo, una ayuda directa para la autopurificación. A la
inversa, es igualmente verdadero que sólo a través de ser honesto consigo mismo
y enfrentarse a sí mismo minuciosamente pueden sostenerse las relaciones,
expandirse los sentimientos y florecer los contactos entre los seres humanos en
relaciones de larga duración. Entonces, mis amigos, pueden ver que las
relaciones y el contacto humano representan un aspecto tremendamente importante
del crecimiento humano.
El poder y el significado de las
relaciones representan a menudo serios problemas para aquellos que todavía
están en la perturbadora condición de su división interior. Cuando se elige el
aislamiento debido a la dificultad de contacto, el anhelo no satisfecho se
vuelve insoportablemente doloroso. Esto sólo se puede resolver cuando el yo se
dedica seriamente a buscar la causa de este conflicto en el yo sin la medida
defensiva de la culpa aniquilante y el culparse a sí mismo, lo cual elimina,
por supuesto, cualquier posibilidad de llegar realmente al centro del
conflicto. Esto, sumado a la disposición interna de cambiar, debe ser cultivado
a los efectos de aliviar esta trampa dolorosa, en la cual ambas alternativas
disponibles: aislamiento y contacto, son insoportables.
El miedo al placer, que comentamos
muchas veces, está en gran medida conectado con el problema de tratar con los
demás y de enfrentarse con la rígida incapacidad de verse. También es
importante recordar que el retraimiento puede ser muy sutil y existir sólo en
un nivel de sentimientos exteriormente invisible y que se manifiesta en un
estar en guardia solapado y una autoprotección falsa. La buena camaradería
exterior no necesariamente implica una capacidad o disposición para un
acercamiento interior. Para muchos, éste es un problema demasiado difícil. En
la superficie esto parece ser debido a una dificultad para tratar
apropiadamente con otros, pero en realidad la dificultad está en el yo, sin
importar cuán perturbados puedan estar también los demás.
Cuando personas que están en un nivel
de desarrollo espiritual diferente se involucran, es siempre la persona más
altamente desarrollada la que tiene la responsabilidad por la relación. Aquí
quiero decir específicamente que es responsable de buscar en las profundidades
del nivel interno de interacción y responsable de cualquier fricción o falta de
armonía entre ambas partes. La persona menos desarrollada no es capaz de una
búsqueda así, se encuentra aún involucrada con culpar al otro y depende
de que el otro actúe “bien” para evitar el desagrado y la frustración. Además,
la persona menos desarrollada siempre está atrapada en el error fundamental de
la dualidad. Ve cualquier fricción en términos de que él tiene razón o la
otra persona la tiene. Inversamente, si detecta un problema en el otro,
esto parece automáticamente eximirlo de culpa, aunque en realidad el hecho de
involucrarse negativamente puede ser infinitamente de más peso que lo que ve en
la otra persona. Sólo la persona más desarrollada espiritualmente es capaz de una percepción más realista y sin
dualidad. Podrá ver que cualquiera de las partes involucradas puede tener un problema
más profundo, que no elimina la importancia del problema, posiblemente mucho
menor, de la otra persona. Estará siempre dispuesto y será capaz de buscar cuán
involucrado está cuando se sienta negativamente afectado por una relación
específica, sin importar cuán obvia pueda ser la falta del otro. Una persona de
inmadurez y tosquedad espiritual y emocional siempre pondrá la mayor parte de
la culpa sobre el otro, a pesar de que diga estar de acuerdo con el proceso
antes mencionado. Todo esto se aplica a cualquier tipo de relación: parejas, padres
e hijos, amistades, contactos de negocios, cualquiera sea.
La tendencia a volverse emocionalmente
dependiente de otros, que es un aspecto tan importante del proceso de
crecimiento, se debe en gran medida a querer absolverse de cualquier culpa o
dificultad al establecer, mantener y sostener una relación. Parece mucho más
fácil pasarle la mayor parte de esta carga a los demás. ¡Pero qué precio hay
que pagar! Hacer esto lo deja a uno realmente impotente y trae consigo
precisamente ese estado entre las dos alternativas igualmente indeseables, como
mencioné antes: aislamiento o dolor y fricción sin fin con los demás. La libertad se establece y las relaciones se
tornan provechosas y dichosas sólo cuando uno comienza a asumir verdaderamente
la responsabilidad por sí mismo mediante la observación de los problemas
propios en el contacto y la disposición a cambiar.
Si la persona más desarrollada se
rehusa a adoptar su deber intrínseco de
asumir responsabilidad por la relación y buscar el centro del desacuerdo en sí
mismo, nunca entenderá realmente la interacción mutua o sea, cómo un problema
afecta a la otra persona. Y la relación habrá de deteriorarse y dejar a ambas
partes confundidas y menos capaces de tratar apropiadamente con el yo y con los
demás. Por otra parte, si acepta esta responsabilidad espiritual interna,
también ayudará a la otra persona de un modo sutil, posiblemente sin
destacarlo. Si puede desistir de la tentación de hablar constantemente acerca
de los evidentes puntos negativos del otro y puede mirarse a sí mismo, elevará
su propio desarrollo considerablemente y derramará paz y dicha a su alrededor.
Pronto se eliminará el veneno de la fricción. También se permitirá encontrar
pronto a otros con quienes sea posible un verdadero proceso de crecimiento
mutuo.
Cuando dos iguales se relacionan, ambos
llevan la entera responsabilidad por la relación. Ésta es realmente una empresa
hermosa, un estado de mutualidad profundamente satisfactorio. La falla o
perturbación más leve en un estado de ánimo será reconocida por su significado
interno y así, el proceso de crecimiento se mantendrá. Ambos reconocerán su
participación en esa falla momentánea, ya sea una verdadera fricción o un
período momentáneo en el que los sentimientos están muertos. La realidad
interna de la interacción se volverá cada vez más la más real. Esto, en gran
medida, habrá de prevenir el daño a la relación.
Permítanme enfatizar aquí que, cuando
hablo de ser responsable por la persona menos desarrollada, no quiero decir que
otro ser humano pueda jamás cargar con el fardo de las dificultades reales de
los demás. Esto nunca puede ser así. Quiero decir que las dificultades para
interactuar en una relación no son exploradas usualmente en profundidad por el
individuo cuyo desarrollo espiritual es aún más primitivo. Éste hará a los
demás responsables de su infelicidad y falta de armonía en una interacción dada
y no será capaz, o no estará dispuesto a ver todo el asunto. Por lo tanto, no
está en posición de eliminar la falta de armonía. Sólo lo puede hacer aquel que
asume su responsabilidad por encontrar la perturbación interior y el efecto
mutuo. De aquí que la persona espiritualmente más primitiva dependa siempre de aquel más evolucionado
espiritualmente.
Un contacto entre individuos, en el
cual la destructividad del menos desarrollado hace que el crecimiento, la
armonía y el florecimiento de los buenos sentimientos sea imposible, o en el
cual el contacto es abrumadoramente negativo, debería ser cortado. Como regla,
la persona más altamente desarrollada, asume la iniciativa necesaria para
hacerlo. Si no lo hace, debe haber debilidades y miedos no reconocidos que
necesitan ser enfrentados. Si una relación se disuelve sobre la base de que es
más destructiva y causante de dolor que constructiva y armoniosa, esto debería
hacerse cuando los problemas internos y las interacciones mutuas sean
completamente reconocidos por aquel que toma la iniciativa de disolver un viejo
lazo. Esto lo prevendrá de formar una nueva relación con corrientes e interacciones
subyacentes similares. Esto también significa que el paso de cortar el contacto
ocurre como un resultado del crecimiento, más que como un resultado del rencor
vengativo, el miedo o como escape.
La exploración de la interacción y el
efecto subyacentes de una relación donde las dificultades de ambas personas son
exploradas y aceptadas, no es, bajo ningún concepto, un proceso fácil. Pero
nada puede ser más hermoso y reconfortante. Quienquiera que llegue al estado de
iluminación donde esto es posible, ya no temerá ningún tipo de interacción. Las
dificultades y el miedo surgen en la exacta medida en que él todavía proyecta
en los demás sus dificultades para relacionarse y todavía hace responsables a
los demás por cualquier cosa que vaya en contra de sus gustos. Esto puede
tomar muchas formas sutiles. Uno puede concentrarse constantemente en las
fallas de los demás, aún cuando a primera vista tal concentración parezca ser
justificada. Uno puede sutilmente poner excesivo énfasis en un lado y excluir
otros aspectos. Éstas y otras distorsiones indican proyección y negación de la
responsabilidad propia por las dificultades en relacionarse, y por lo tanto,
dependencia de la perfección y el consecuente miedo y hostilidad por sentirse
defraudado.
Mis queridos amigos, no importa cuánto
se equivoque la otra persona, si están perturbados, debe haber algo en ustedes
que están pasando por alto. Cuando digo perturbado, lo digo en un sentido
particular. No hablo del enojo inequívoco que se expresa sin culpa y que no
deja rastros de confusión interna ni de dolor. Me refiero al tipo de
perturbación que surge de otros conflictos y los alimenta. Pero, a pesar de
haberles advertido repetidamente que no pasen por alto su propia parte en el
conflicto, es muy difícil para la gente mirar hacia adentro y encontrar la
fuente de la perturbación en sí mismos. Incluso ustedes, mis amigos, que están
buscando sinceramente la liberación y la unificación dentro de sí mismos,
todavía están involucrados en profundas proyecciones en esta área. Uno de los
roles o juegos que hemos discutido recientemente, el cual es una de las
tendencias favoritas de la humanidad, es el de decir: “me lo estás haciendo”, haciendo
sentir culpable a la otra persona. El juego de hacer sentir culpables a los
otros está tan generalizado que pasa constantemente inadvertido. Se da muy por
sentado. Un ser humano culpa al otro, un país culpa al otro, un grupo culpa al
otro. Éste es un proceso que se da constantemente en este estado de desarrollo.
Es, sin duda, uno de los procesos más dañinos e ilusorios que uno pueda imaginarse.
Tal vez sólo unos pocos de ustedes
puedan empezar a ver cómo están haciendo esto, y cuando lo vean, detenerlo
solamente de vez en cuando. Empiecen a cuestionarlo y dejen de echarle la culpa
a los demás, lo cual es siempre una forma oculta de hostilidad y de absolver el
yo. Uno obtiene placer haciendo esto, aunque el dolor que implica y los
conflictos irresolubles que le siguen sean infinitamente desproporcionados con
el placer débil y momentáneo.
Me gustaría ahora comentar la actitud
del receptor de este juego más que la de quien lo actúa. El que ejecuta este
juego verdaderamente hace daño, a sí mismo y a los demás, y les recomiendo
enfáticamente que empiecen a darse cuenta cuándo es que se involucran
ciegamente en este juego de pasarse la culpa. Pero, ¿qué pasa con la “víctima”?
¿Cómo se las arregla con esto? Su primera situación difícil es que ni siquiera
se da cuenta de lo que está pasando. La mayor parte del tiempo sucede de un
modo sutil, emocional e inexpresado. Sin siquiera una palabra, se echa la culpa
silenciosa, encubierta e indirectamente; se expresa de muchas maneras
indirectas. Entonces, obviamente, la primera necesidad es una toma de
conciencia concisa y articulada ya que de otra forma, la “víctima” responderá
inconscientemente de modos igualmente destructivos y falsamente autodefensivos.
Entonces, nadie que esté involucrado conoce realmente los intrincados niveles
de acción, reacción e interacción hasta que los hilos se vuelven tan enredados
que parece imposible desenmarañar los aspectos complicados de la relación.
Muchas relaciones se han tambaleado debido a esta interacción inconsciente que
involucra muchas reacciones mutuas hacia algo que uno siente sólo vagamente.
Echar la culpa disemina veneno, temor y
al menos tanta culpa como uno intenta proyectar. Aquel que recibe esta culpa
puede reaccionar de muchas maneras diferentes de acuerdo con sus propios
problemas y conflictos no resueltos. En
tanto que la reacción sea ciega y que la culpa haya sido colocada en uno
inconscientemente, la contrarreacción será también neurótica y destructiva.
Sólo la percepción consciente puede evitar esto; sólo entonces, podrán rechazar
una carga que el otro está poniendo sobre ustedes; sólo entonces podrán
identificarla claramente y expresarla.
En una relación que vaya a florecer,
uno deberá mantenerse atento a este
peligro, que es aún más difícil de detectar debido a que la proyección de la
culpa está tan extendida. También el receptor debería estar buscar esto tanto
en sí mismo como en el otro. Y no quiero decir aquí una confrontación directa
por algo equivocado que la otra persona hizo; me refiero a la culpa sutil por
la infelicidad personal. Es esto lo que
debe ser enfrentado.
La única forma en la que ustedes pueden
evitar volverse víctimas de la culpa y de la proyección de culpa es evitando hacerlo
ustedes mismos. En la medida en que se entreguen a esta actitud (podrán
hacerlo de un modo diferente al modo en que se lo hacen a ustedes), serán
inconscientes de que se lo están haciendo y, por lo tanto, se volverán víctimas
de ello. La mera toma de conciencia hará toda la diferencia, no importa si
expresan verbalmente su percepción y confrontan al otro o no. Sólo podrán
refutar la proyección de culpa de la que son objeto, en la medida en que, sin
defenderse, exploren, enfrenten y acepten sus propias reacciones y distorsiones
problemáticas, su negatividad y destructividad. Sólo entonces no serán ustedes
arrastrados a un laberinto de falsedad y confusión en el cual la incertidumbre,
la debilidad y el defenderse podrán hacerlos languidecer, retraerse o ser
excesivamente agresivos. Sólo entonces no confundirán más la asertividad con la
hostilidad y la concesión flexible con la sumisión insana.
Todos estos aspectos determinan la
habilidad para manejar apropiadamente las relaciones. Cuanto más profundamente
sean comprendidas y vividas estas pautas, más íntima, plena y hermosa se
volverá la interacción humana.
¿Cómo podrán poner en acción sus
derechos, ir hacia el universo en busca de plenitud y placer, cómo podrán amar sin miedo, a menos que
enfoquen la relación con los demás del modo esbozado anteriormente? A menos que
aprendan a hacer esto, y así purificarse, siempre habrá un látigo acechando en
la oscuridad en lo que se refiere a los acercamientos íntimos: el látigo de
cargarse mutuamente con la culpa. Cuando esas trampas son observadas,
descubiertas y disueltas, el amar, el compartir y una profunda y satisfactoria
cercanía a los demás pueden ser un poder puramente positivo sin ninguna
amenaza. Es de fundamental importancia que las busquen en ustedes mismos, mis
amigos.
La clase de relación más desafiante,
hermosa, importante espiritualmente y que produce más crecimiento es aquella
entre un hombre y una mujer. El poder que une a dos personas en el amor y la
atracción, y el placer involucrado en ello, son un pequeño aspecto de la
condición de estar en la realidad cósmica. Es como si cada entidad creada
supiera inconscientemente de la dicha de este estado y buscara su realización
del modo más potente disponible para la humanidad. Ese modo está en el amor y
la sexualidad entre el hombre y la mujer. El poder que los acerca es la energía
espiritual más pura, lo cual conduce a un atisbo del estado espiritual más puro.
Sin embargo, cuando hombres y mujeres
permanecen juntos por un período más largo de tiempo en una relación más
duradera y comprometida, que la dicha se mantenga, y aún que ésta aumente,
depende enteramente de que las dos personas involucradas se relacionen entre sí
en los términos comentados antes en esta conferencia. ¿Se dan cuenta de la
relación directa entre placer duradero y crecimiento interior? ¿Usan las
inevitables dificultades en la relación como medida de sus propias dificultades
interiores? ¿Se comunican del modo más profundo, más verdadero y
autorrevelador, compartiendo los problemas interiores y ayudándose mutuamente,
en vez de echarle la culpa al otro y eximirse a sí mismo de la propia? Las
respuestas a estas preguntas determinarán si la relación se tambalea, se
disuelve, se estanca... o florece. Cuando ustedes miran el mundo que los rodea,
verán sin duda que poquísimos seres humanos crecen y se revelan a sí mismos de
un modo tan abierto. Y poquísimos también se dan cuenta de que crecer juntos y
el uno a través del otro determina la solidez de los sentimientos, del placer y
del amor y respeto duraderos. Por lo tanto, no es sorprendente que las relaciones que duran
mucho tiempo estén casi invariablemente más o menos muertas en los sentimientos.
Las dificultades que surgen en una
relación son siempre una medida de algo que está siendo descuidado. Es como si se
estuviese dando un mensaje a gritos. Cuanto antes se tome éste en cuenta, más
energía espiritual se liberará, de manera tal que el estado de dicha pueda
expandirse y crecer junto con el ser interior de ambos miembros de la pareja.
Hay un mecanismo en una relación entre un
hombre y una mujer que puede ser comparado con un instrumento muy finamente calibrado que muestra los
aspectos más finos y sutiles de la relación y el estado individual de las dos
personas involucradas. La humanidad no lo reconoce lo suficiente, ni siquiera
los seres humanos más conscientes y sofisticados, que están familiarizados con
la verdad espiritual y psicológica en los demás aspectos de ella. Cada día y
cada hora, el estado interior y los sentimientos son un testimonio del estado
de crecimiento propio. En la medida en que esto sea tomado en cuenta, la
interacción, los sentimientos, la libertad de fluir, interior y recíprocamente,
florecerán. La relación perfectamente madura y espiritualmente válida siempre
debe estar profundamente conectada con el crecimiento personal. En el momento
en el que se experimenta una relación como irrelevante para el crecimiento
interior y se abandona a sí misma, por así decirlo, habrá de tambalearse; tarde
o temprano habrá de tambalearse. Y éste es el destino de la mayor parte de las
relaciones humanas, especialmente la íntima entre dos compañeros. No se reconocen como un espejo
del crecimiento interior de modo que la relación se desgasta gradualmente; el
primer vapor se desvanece y nada queda. Ya sea la fricción y el desacuerdo
abiertos o el estancamiento y el aburrimiento, malograrán lo que una vez fue
prometedor. Sólo cuando cada uno crece hasta el máximo de su potencial
inherente, la relación puede volverse más y más dinámica y viva. Esto debe
hacerse individual y mutuamente. Cuando la relación se enfoca de este modo,
será construida sobre una roca y no sobre arena. En tales circunstancias, jamás
habrá lugar para ningún temor. Se expandirán los sentimientos y crecerá la
seguridad sobre el yo y sobre el otro. Cada día y cada hora será un espejo del
estado interior de cualquiera de los miembros de la pareja o de ambos y, por lo
tanto, de la relación misma. En cualquier momento que haya fricción o muerte de
sentimientos, será porque hay algo atascado, algo a ciegas, algo que debe ser
visto. Debe haber alguna interacción entre las dos personas que está sin
esclarecer. Si esto se comprende y se maneja apropiadamente, no sólo el
crecimiento continuará a máxima velocidad, sino que la felicidad, la dicha, el
sentimiento de vivir con sentido y con profunda experiencia y el éxtasis
crecerán hacia dimensiones para siempre más profundas y más hermosas.
Inversamente, el miedo a la intimidad implica rigidez y la negación a ver la
parte que a uno le corresponde en las dificultades para relacionarse.
Cualquiera que ignore estos principios, o que sólo diga estar de acuerdo con
ellos, no está emocionalmente listo para asumir la responsabilidad por su
sufrimiento interno, ya sea dentro de una relación o a raíz de su ausencia.
Este estado también trae consigo el miedo hacia los sentimientos propios. Esta
persona se encuentra aún en ese estadio primitivo en el que le pasa la culpa a
otros. En tales condiciones, el miedo y la incertidumbre harán imposible hallar
dicha y cercanía, cercanía sin miedo.
Por lo tanto ustedes ven, mis amigos,
que es de gran importancia reconocer que la dicha y la belleza, que son realidades
espirituales eternas, están disponibles para todos aquellos que buscan dentro
de sus corazones la clave para todos los problemas de la interacción humana,
así como para la soledad. El verdadero crecimiento es una realidad espiritual
tanto como la plenitud profunda, el vital estado de vida y el relacionarse
dichosa y alegremente. Cuando estén interiormente listos para relacionarse con
otro ser humano de esta forma, encontrarán la pareja apropiada con quien esta
manera de compartir sea posible. Cuando usen esta importantísima clave, esto no
los asustará más, no los plagará de temores conscientes o inconscientes. Cuando
esta transición significativa haya sucedido en su vida, ya nunca podrán
sentirse impotentes o víctimas y ya no harán a los demás responsables por lo
que ustedes experimentan o no logran experimentar. De este modo, el crecimiento
y el hermoso vivir en plenitud se vuelven uno y lo mismo.
Que todos ustedes se lleven el nuevo
material y la fuerza energética interior que ha sido despertada por su buena
voluntad. Que estas palabras sean el comienzo de una nueva modalidad interna de
encontrarse con la vida, para finalmente tomar la decisión: “Yo quiero
arriesgar mis buenos sentimientos. Quiero buscar la causa en mí, en vez de en
la otra persona, para volverme libre para amar.” Este tipo de meditación dará
realmente sus frutos. Si se llevan un germen, una partícula de esto, habrá sido
verdaderamente una noche fructífera. Benditos sean todos ustedes, mis queridos
amigos, para que se vuelvan los dioses que potencialmente son.
Copyright © por
la Pathwork Foundation
Si deseas trabajar a fondo esta lectura con la Terapeuta y Facilitadora Magdalena Algorta, CONTACTA AQUÍ.